La música sobrevolaba por encima de sus cabezas llenando el recinto con su fuerza y penetraba en ellos por cada uno de sus poros, impregnándolos, saturándolos. El sudor emergía de dentro a fuera y la música fluía en el sentido inverso, consiguiendo la catarsis perfecta. Y en medio de la pista, rodeados por decenas de acólitos, su libertad cobraba forma, estallaba con éxtasis de sus sentidos saturados.